Tengo la fortuna de poder comenzar mis días con un pequeño paseo junto al mar, en mi hermosa ciudad adoptiva de Málaga. Ayer, ese ratito de contemplación y recogimiento me trajo un regalo adicional.
Eran apenas las 8 de la mañana y por la orilla paseaban a ritmo muy lento dos chicas jóvenes descalzas. Iban recogiendo conchas, una de ellas empapada, como recién salida de un baño matinal, llevaba puesto un bikini rosa, era de constitución fornida y muy muy blanca, su pelo era rubio y largo y lo llevaba pegado a la espalda escurriendo agua, la otra amiga era alta y muy delgada, iba completamente vestida de pies a cabeza, pantalones largos, camisa de manga larga y pañuelo en la cabeza, todo de color negro, su tez y sus pies, que eran lo único observable de su cuerpo, eran morenos.
Mientras las veía pasar, lado a lado, disfrutando de sus hallazgos y comentando en voz queda sus pequeños tesoros, me sorprendí sonriendo y pensando, esto es diversidad, ¡qué hermoso y qué sencillo!
Diversidad y empresa
Ese pensamiento me llevó a reflexionar sobre el modo en que se está abordando el tema de la diversidad en las organizaciones hoy día. Muchos de los directivos con los que trabajo, me mencionan algunas de las políticas que se están imponiendo en las empresas al respecto, o me comentan la cantidad de reuniones o webinars a las que últimamente han tenido que asistir sobre el tema.
Tras varias conversaciones he llegado a la conclusión de que las charlas a que se ven obligados a asistir están mayoritariamente planteadas desde la importancia de aceptar “las diferencias” del otro, y no estoy segura de que esta sea la perspectiva más acertada para conseguir normalizar la convivencia empresarial de cualquier ser humano al margen de su origen o condición.
La semana pasada me comentó una directiva con cargo global de una compañía multinacional que su empresa les preparó una sesión en la que un grupo de altos cargos de diferentes países del mundo, abordaban durante varias horas el tema de la diversidad, con el objetivo de concienciar más sobre su importancia, máxime en esos roles globales. El facilitador, propuso un ejercicio con los asistentes donde les pidieron hablar sobre sus “distintas identidades”, debían elegir entre varias (al menos dos) con las que identificarse, pero podían ser hasta 4 según me contó la directora. Ella, tras escuchar a varias personas catalogarse y sub-catalogarse, se negó a ponerse a sí misma una etiqueta y propuso que hablaran de lo que los unía como individuos y cómo colectivo, sobre lo que les hacía similares y no diferentes. Según concluyó ella misma:
“Mi propuesta fue mal recibida y sentí miradas afiladas a mi alrededor”.
Tengo la impresión, por tanto, de que al abordar el tema de la diversidad el foco está principalmente centrado en que los empleados y directivos entiendan lo enriquecedor y positivo que es para la cultura organizacional que haya gente de diferentes culturas, religiones, colores, orientaciones, y trabajar en fomentar el respeto y la tolerancia hacia aquello que nos es ajeno o diferente. Y sin embargo, el día en que vi pasear a las dos amigas en la playa, lo que me suscitó la bonita estampa es:
¡Ellas no se ven diferentes! Lo que las une, las iguala.
A mi entender la diversidad en las organizaciones debería ser tan sencilla y discreta como recoger conchas juntas en la playa sin importarme si vas vestida o desnuda, si rezas a un dios o a ninguno, si comes cerdo, vaca o espetos.