El poder de ser vulnerable

¿Qué te atreverías a hacer, si el miedo no te paralizara?

Reflexiones a partir de la lectura de “The Power of Vulnerability”, Brene Brown

Nuevas relaciones, entrevistas laborales, exámenes, procesos creativos, nuevos entornos profesionales… es muy frecuente que nos movamos en escenarios donde se vive la exigencia y la perfección como el camino al éxito, el agotamiento como símbolo de estatus y donde se etiqueta la vulnerabilidad como debilidad. Sin embargo, en la vulnerabilidad radica nuestra mayor fuerza, porque reconocerla es aceptar lo que somos, independientemente del reconocimiento de los demás. Trabajando la autoestima tomamos el control de las emociones inherentes a la toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad y desarrollamos nuestra inteligencia emocional.

Vergüenza, comparación, desconexión

Vergüenza, comparación y desconexión son las emociones y actitudes que aparecen mezcladas, siempre en la misma fórmula, formando un cóctel nada saludable que contamina las dinámicas, generando ese clima social de escasez en el que estamos inmersos, ese clima de “nada es suficiente”. Son las tres “componentes de la escasez” y conllevan invariablemente un sentimiento de culpa: en definitiva, la “culpabilización” es volcar en otro nuestro “disconfort” y nuestro dolor.

Lo contrario de la escasez es “suficiente”, o lo que Brown llama genuinidad. Hay muchos principios de genuinidad, pero sus pilares son la vulnerabilidad y el merecimiento: enfrentarse a la incertidumbre, a exponernos, a los riesgos emocionales, y a saber que soy suficiente.

“Los grandes damnificados de una cultura de la escasez son nuestra voluntad de aceptar nuestras vulnerabilidades y nuestra capacidad para implicarnos en el mundo, con la convicción de que nos lo merecemos”

Cuáles son tus requisitos para “valer la pena”.

Este es el comienzo de la vergüenza, estos son tus Gremlins (mensajes de dudas y autocríticas que llevamos siempre en la cabeza). La vergüenza tiene como trasfondo el miedo a ser rechazado, a no conectar porque “no soy lo suficientemente bueno” y somos nosotros mismos los que iniciamos el proceso dando comida a los Gremlins, después de la medianoche

Muy frecuentemente usamos indistintamente los términos vergüenza, culpa, humillación, bochorno… cuando no dan nombre a la misma emoción, o conjunto de emociones. La diferencia entre la humillación y la vergüenza, es que en la humillación tenemos un sentido de injusticia, de “yo no me merezco esto”, hay por tanto también, un punto de ira. Esto lo hace algo más sano que la vergüenza, en la que ponemos el foco en nuestra propia imperfección: me dicen esto porque en realidad me lo merezco.

En realidad, experimentamos la vergüenza como un trauma, son las mismas sensaciones fisiológicas. Esto es así porque sentimos la vergüenza como el riesgo de no merecer amor o pertenencia y esto, evolutivamente, puede significar la muerte

El secreto, el juicio, el silencio harán crecer el trauma exponencialmente, en cambio, la empatía hace que se encoja. “La empatía es el verdadero antídoto para la vergüenza” y va de la mano de la autocompasión porque es difícil que hagamos con otros aquello que no nos permitimos hacer con nosotros mismos. La compasión es conocer tu oscuridad lo suficientemente bien como para que puedas sentarte en la oscuridad con los demás, nunca es una relación entre heridos y curados; es una relación entre iguales.

Theresa Wiseman, experta en enfermería, estudió la empatía y descubrió cuatro características esenciales:

  1. Ponerse en el lugar de la otra persona para conocer “su realidad” tal como la vive (ángulo nº 1).
  2. Tener una perspectiva global, no sólo lo que cuenta la otra persona sino dónde se enmarca (ángulo nº 2).
  3. No juzgar ni a esta persona ni a la otra porque juzgar nos lleva a conclusiones tuertas.
  4. Reconocer las emociones de la otra persona y comunicarse con ellas. Decir: «entiendo cómo te sientes», sabiendo lo que significa para la otra persona, no como frase diplomática, sin substancia.

Así podremos acompañar de forma positiva. Aunque sea diciendo “No sé qué decir en este momento, pero te agradezco que lo compartas conmigo.”

Las dos palabras más importantes que podemos escuchar cuando estamos luchando son “yo también”.

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